Kandy

Kandy es famosa por ser la última capital del antiguo reino cingalés antes de la invasión británica y el posterior traslado a Colombo. 

Lo que más me sorprendió es que se trataba de una verdadera ciudad, hasta el momento solo había visto pueblos, pequeños o grandes, pero en Kandy hay muchos hoteles, comercios, restaurantes, incluso un KFC y una discoteca.

Me pareció que tenía cierto encanto, con mansiones coloniales, viejas mezquitas y alguna que otra muestra arquitectónica de un pasado más glorioso, pero en general tiene un aire bastante caótico. Lo mejor de Kandy es sin duda su precioso lago, bordeado por mucha vegetación y un paseo peatonal que vale la pena recorrer con calma y disfrutando de las vistas.

Y justamente al borde del lago se encuentra el famoso Templo del diente de Buda. Hay muchos templos en Asia que presumen de tener reliquias como huesos, dientes o cabellos de Buda, pero este es el más respetado y sagrado, dando por hecho que es cierta la leyenda de la princesa india que recogió el diente de los restos de la cremación de Buda y lo transportó hasta Sri Lanka escondido en su pelo. Desde entonces ha habido diversos templos erigidos para custodiar el diente y hay cantidad de historias sobre sus periplos, incluso parece ser que los portugueses lo intentarón destruir en el s. XVI en su campaña para imponer el catolicismo, pero aseguran que ha permanecido intacto hasta nuestros días. Este templo junto con el Maha Bodhi de Anuradhapura son los más importante de Sri Lanka pero también de todo el budismo ya que reciben la visita de miles de peregrinos llegados de todas partes del mundo cada año.

Es uno de los lugares que más ganas tenía de ver, pero la visita fue bastante agobiante ya que hacía bastante calor y había muchísima gente agolpada para dejar sus ofrendas y ver la sala del diente.  Al menos coincidió con una de las horas en que abrían la cámara y tuve la suerte de poder ver la enorme urna de oro que contiene el susodicho diente, aunque por supuesto nadie puede verlo directamente y menos tocarlo.

Lo que no pude ver es el famoso Kandy Esala Perahera, la más multitudinaria y espectacular de las fiestas de Sri Lanka que durante diez días congrega a miles de personas para observar las procesiones de músicos y elefantes entre los meses de Julio y Agosto. Me lo perdí por solo una semana, pero al mismo tiempo durante esa época los hoteles se llenan meses antes, los precios se disparan y la ciudad se colapsa, así que hay que planearlo con mucha antelación y disponer del tiempo suficiente para quedarse estancado en la ciudad unos días. Como yo no había tenido ni una cosa ni otra lo dejo pendiente para la próxima vez.

En general me pareció que no había mucho que ver, después de pasar dos días allí recorriendo calles y mercados, sentí que estaba perdiendo el tiempo, en realidad Kandy suele ser la base desde la que explorar el resto de la zona montañosa de Sri Lanka, como los parques naturales, el Adam's Peak, el trekking por los Knuckles Range o la extensa zona de plantaciones de té. Además en Kandy fue el primer sitio en el que encontré también un cierto mal ambiente, no tuve ningún problema, pero al ser una  ciudad más grande sí se encuentra gente rara, especialmente alrededor del lago por la noche donde se me acercó algún que otro personaje con intenciones sospechosas. 





Probablemente lo que más me gustó de la ciudad, o lo que más disfruté, es la cultura de repostería que tiene, que imagino heredó de los portugueses y británicos. Es típico que a media mañana todo el mundo vaya a almorzar algo a las pastelerías y cafeterías y hay montones de locales repletos de delicias a lo largo de las calles principales, así que imitando a los locales, no perdí la oportunidad para hincharme a comer pastas, bollos y pasteles siempre acompañados de un refrescante lassi. Puede que no tuviera tiempo de probar todas las especialidades pero mi gula por lo dulce quedó más que saciada.