Mi primera parada en la costa sur de Sri Lanka fue Tangalla, el que se suponía era un destino paradisíaco pero algo desarrollado y turístico. Al llegar una vez más me sorprendió que no había nadie por allí, seguramente por ser temporada baja ya que en agosto la costa suroeste se ve afectada por el monzón, pero el hecho es que pude alojarme en un bonito hotel a pie de playa a muy buen precio. En el hotel había una pareja de españoles que se marchaba ese mismo día y una pareja joven de rusos. El resto de hoteles parecían estar vacíos o cerrados y paseando por la playa no vi ni a un solo turista así que cuando algún local me veía de lejos me decía que me acercara para hablar.
Así pasé medio día, paseando y charlando con la gente. Pero después de comer me regalé una larga siesta y toda una tarde de relax leyendo en una hamaca colgada entre dos palmeras a escasos metros de la orilla que me supo a gloria.
Mi estancia en Tangalla había sido perfecta hasta que me desperté a las 2 de la mañana sobresaltado porque me estaba cayendo agua en la cara. Había estallado una fuerte tormenta y había una gotera que se colaba entre el inmaculado y recién terminado techo de maderas de teca y que iba a parar justo encima de la cama. Mi primera reacción fue asomarme a ver si había alguien despierto, y me pareció ver a alguien, así que bajé y crucé el patio intentando no mojarme mucho mientras explicaba que había una gotera en mi habitación, pero al acercarme más, lo que me encontré fue al chico de rastas que llevaba el hotel enrollándose con la novia del chico ruso con los que había estado cenando! al verme no dijeron palabra y se escabulleron disimuladamente dentro de una habitación como si no me hubieran visto... al final yo volví a la mía y solucioné el tema moviendo la cama a la otra punta de la habitación haciendo un ruido terrible, pero lo más gracioso fue que al cabo de media hora y cuando ya me había dormido apareció el chico del hotel vestido solo con los calzoncillos para ver que es lo que me pasaba. En fin puro estilo tropical.
Mi próxima parada fue Mirissa que por el contrario tenía fama de ser una de las joyas del país, aún sin explotar, donde no había construcciones a pie de playa ni había llegado el turismo masificado. Pues bien, de todas las playas que visité esta fue sin duda la más concurrida, incluso en temporada baja. Había mucho hoteles y mucha gente en la playa, bueno no al nivel de la Barceloneta o Benidorm en verano pero sí se veían muchos turistas.
La playa eso sí es preciosa, hay una cala rocosa con aguas turquesas que parece de postal y después una larga playa de arena blanca donde poder bañarse plácidamente. Lo que más me gustó fue seguramente el aspecto salvaje de la zona, hay muchísima palmeras y vegetación y a pesar de estar bastante desarrollado y de estar muy cerca de una carretera, se tiene la sensación de estar en medio de la selva, como en una isla perdida.
La playa eso sí es preciosa, hay una cala rocosa con aguas turquesas que parece de postal y después una larga playa de arena blanca donde poder bañarse plácidamente. Lo que más me gustó fue seguramente el aspecto salvaje de la zona, hay muchísima palmeras y vegetación y a pesar de estar bastante desarrollado y de estar muy cerca de una carretera, se tiene la sensación de estar en medio de la selva, como en una isla perdida.
Fue una lástima porque aún me quedaban muchas playas por descubrir, sobretodo las menos conocidas, pero por desgracia mi tiempo se acababa y tuve que despedirme del mar por lo que me quedaba de viaje. Tampoco me quejaré ya que pasé unos días de absoluto relax y buena vida en un entorno paradisíaco, pero creo que no hace falta que lo diga, las fotos ya hablan por si solas.
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