En medio de una gran planicie se alza la imponente roca del león, su extraña forma monolítica es el resultado de un volcan extinto que fue erosianándose durante miles de años hasta dejar al descubierto su núcleo de magma solidificado de 370 m de altura.
Aunque los primeros asentamientos se remontan hasta la era prehistórica, no fue hasta el s. III cuando se convirtió en un centro monástico y de peregrinación budista para más adelante, durante el s. V convertirse en palacio real. El príncipe Kashyapa por miedo a los ataques de su hermano Mogallama, decidío mover la capital de Anuradhapura a Sigiriya y construyó una ciudad que se extendía por la cima, la base de la roca y los jardines colindantes. Cuando el príncipe fue derrotado, la capital volvió a trasladarse a Anuradhapura y Sigiriya siguió existiendo como monasterio hasta el s. XIV momento en el que fue abandonada definitivamente hasta ser redescubierta entre la maleza por un oficial del ejército británico en 1831.
Sigiriya es probablemente el lugar más famoso de toda la isla y uno de los que atrae más turistas. El precio de algunas entradas en Sri Lanka es bastante abusivo, tanto Anuradhapura como Polonnaruwa cuestan 25$ pero considerando el nivel de vida en el país, los 30$ de Sigiriya son es una barbaridad, aún comparándolo con otras atracciones de países occidentales, por ejemplo con la entrada de la Sagrada familia en Barcelona que cuesta 13€. Hace unos años existía una entrada combinada de 50$ que permitía visitar los tres lugares, pero por lo visto han decidido no seguir vendiéndola. Aún y así que eso no os tire para atrás porque vale la pena, y para justificar el precio de la entrada incluyen un DVD y la visita al museo (donde se encuentra el único WC de la zona).
Considerando lo que Sigiriya había llegado a ser durante su esplendor quizás decepcione un poco la visita ya que apenas se encuentra nada en pie, tan solo han sobrevivido las patas del enorme León esculpido en roca a través de las fauces del cual se accedía a la cima. Pero el lugar es impresionante por si mismo, las vistas desde lo alto quitan el aliento y los muros derruidos, las terrazas, los foso, las escalinatas, los embalses y los frescos que han sobrevivido permiten imaginarnos lo que fue en su día y demuestran que nos encontramos en un lugar único en el mundo, una de las maravillas de la antigüedad.
En la guía ponía que para subir a la cima se necesitaban unas 2 horas, no se si fue escrita por una abuela coja pero yendo sin ninguna prisa tardé en subir unos 20 minutos. Lo que sí es cierto es que hace un calor espantoso y apenas hay sombras así que mejor evitar las horas de máximo sol. Por si no fuera suficiente te obligan a ponerte una especie de traje antinuclear completo para realizar el último tramo de escaleras, debido al peligro de ataques de abejas que tienen sus panales en las paredes de la roca.
Importante también comprar agua o comer en el pueblo que hay antes de entrar en la zona de Sigiriya ya que alrededor de la roca no hay prácticamente nada, menos aún en la cima. También ojo con el viento que es fuertísimo, yo había dejado mi Sony Nex en el trípode filmando mientras hacía fotos con la otra cámara y cual fue mi sorpresa al ver que tanto la cámara como el trípode me pasaron volando por encima y cayeron tres terrazas más abajo! Por suerte y a pesar de los golpes y arañazos aún sigue funcionando, pero ojo con acercarse mucho a los bordes de la montaña porque la seguridad es mínima.
Instantánea de la cámara intentando suicidarse.
Como nota curiosa contaros que en la cima me encontré con el perro que podéis ver en la foto anterior. No tengo ni idea de cómo pudo subir todas las escaleras y acabar allí, pero estaba muerto de calor sin moverse, refugiado en una sombra, así que decidí darle parte del agua que tenía. Como no soy muy listo primero le tiré un poco de agua en una baldosa pero el perro pasó olímpicamente. Después le construí un cazo cortando una botella de plástico con unas piedras pero salió volando y perdí la mitad del agua. Dudando si debía dejar de hacer el ridículo e irme, finalmente aguanté el cazo con unas piedras y como buen samaritano le di todo el agua que me quedaba. Después de ponerse a beber como un loco, se me quedó mirando fijamente a los ojos y hasta que me fui no dejó de seguirme con la mirada ni un momento, fue rarísimo porque mientras le ponía agua parecía que ni se había percatado de mi presencia, pero noté que estaba agradecido. Es una simple anécdota pero esa expresión del perro es una de las cosas que me llevo de Sigiriya.
En la guía ponía que para subir a la cima se necesitaban unas 2 horas, no se si fue escrita por una abuela coja pero yendo sin ninguna prisa tardé en subir unos 20 minutos. Lo que sí es cierto es que hace un calor espantoso y apenas hay sombras así que mejor evitar las horas de máximo sol. Por si no fuera suficiente te obligan a ponerte una especie de traje antinuclear completo para realizar el último tramo de escaleras, debido al peligro de ataques de abejas que tienen sus panales en las paredes de la roca.
Importante también comprar agua o comer en el pueblo que hay antes de entrar en la zona de Sigiriya ya que alrededor de la roca no hay prácticamente nada, menos aún en la cima. También ojo con el viento que es fuertísimo, yo había dejado mi Sony Nex en el trípode filmando mientras hacía fotos con la otra cámara y cual fue mi sorpresa al ver que tanto la cámara como el trípode me pasaron volando por encima y cayeron tres terrazas más abajo! Por suerte y a pesar de los golpes y arañazos aún sigue funcionando, pero ojo con acercarse mucho a los bordes de la montaña porque la seguridad es mínima.
Instantánea de la cámara intentando suicidarse.
Como nota curiosa contaros que en la cima me encontré con el perro que podéis ver en la foto anterior. No tengo ni idea de cómo pudo subir todas las escaleras y acabar allí, pero estaba muerto de calor sin moverse, refugiado en una sombra, así que decidí darle parte del agua que tenía. Como no soy muy listo primero le tiré un poco de agua en una baldosa pero el perro pasó olímpicamente. Después le construí un cazo cortando una botella de plástico con unas piedras pero salió volando y perdí la mitad del agua. Dudando si debía dejar de hacer el ridículo e irme, finalmente aguanté el cazo con unas piedras y como buen samaritano le di todo el agua que me quedaba. Después de ponerse a beber como un loco, se me quedó mirando fijamente a los ojos y hasta que me fui no dejó de seguirme con la mirada ni un momento, fue rarísimo porque mientras le ponía agua parecía que ni se había percatado de mi presencia, pero noté que estaba agradecido. Es una simple anécdota pero esa expresión del perro es una de las cosas que me llevo de Sigiriya.