Llegué a Manila después de apenas cuatro horas de vuelo desde Taipei donde había pasado unos días geniales, así que estaba con las pilas cargadas y me sentía lleno de optimismo, listo para empezar mi aventura por Filipinas.
La llegada al aeropuerto fue un caos absoluto de gente colándose y un muy escaso control de seguridad tras el cual tuve que abrirme paso prácticamente a codazos para poder recoger mi mochila de la cinta transportadora, al fin y al cabo nada fuera de lo normal.
No llevaba pesos así que me fui al cajero a sacar dinero, pero a unos chicos ingleses la máquina se les tragó la tarjeta delante mío y dejó de funcionar. Tras pasar unos 15 minutos intentando ayudarles decidí buscarme la vida y pregunté a dos trabajadores del aeropuerto que me dijeron que era el único cajero, cosa extraña ya que encontré otro en el piso de arriba... Ya con algunos pesos en la cartera me dirigí a coger alguno de los taxis que descargaban pasajeros para que me llevara al hotel. Treinta minutos más tarde y después de que 4 taxistas se negaran a poner el taxímetro, incluido uno que me dijo que sí que sí, pero después de llevarme 200 metros se negó a ponerlo y tuve que abrir la puerta en marcha para que parara, decidí darme por vencido y hacer la larga cola de los taxis de prepago de color blanco que paran en la planta inferior.
Cuarenta minutos después, a 35 grados y chorreando de sudor, esta vez sí, ya me encontraba en taxi rumbo a mi hotel.
Por el camino las vistas no eran muy alentadoras, todo parecía estar en obras o abandonado, con mucha gente tirada en la calle y personas pasando entre los coches cada vez que parábamos. De repente un mega complejo hotelero de 5 estrellas por allí, un casino de lujo por allá y alrededor edificios destartalados y calles medio cubiertas de basura
Una hora después llegué al hotel en Ermita, hice el check-in, dejé la mochila y me decidí a solucionar lo que más me urgía, organizar el transporte a Banaue para dentro de 2 días. No se puede llegar ni en avión, ni en tren, así que la única opción era el autobús.
Estuve hablando largo y tendido con la chica de recepción que me dijo que había 3 opciones: La primera era comprar el billete online mediante transferencia bancaria cosa que por tiempo descarté (¿en serio? que no acepten ni tarjetas de crédito ni paypal hoy en día...), la segunda era llamar por teléfono pero eran pasadas las 2 y la oficina ya estaba cerrada y así que mi única opción era ir en persona a la estación a comprarlo, pero claro esta estaba en la otra punta de la ciudad. Y todo esto, hablando de la octava maravilla del mundo, las terrazas de arrozales de Banaue y atracción numero uno del país ¡no lo tienen muy bien organizado!
Pues bien hablo con el encargado de los taxis del hotel, le digo a donde voy, me apunta una dirección en un papel, yo desconfiado voy a la chica de recepción para confirmar que es correcta y finalmente me subo a un taxi. Pasamos una hora entera entre un tráfico espantoso hasta llegar a la estación y una vez allí estuve haciendo cola durante otra hora más. En aquel momento ya había perdido todo el día entre una cosa y otra pero no me importaba, prefería solucionarlo el primer día y después centrarme en disfrutar de la ciudad. Pues en ese contexto podéis imaginaros mi cara cuando por fin llego a la taquilla, pido un billete y me contestan que allí no se venden los billetes para Banaue, que han cambiado la ubicación hace un mes.
Cansancio, calor, hastío y la sensación de no tener a nadie a quien poder pedir ayuda en aquella estación oscura perdida de la mano de dios... Me apunta el nombre de la estación correcta que resulta estar aún más lejos y en dirección opuesta a mi hotel. Siendo ya tarde y con el tráfico colapsado en hora punta, descarté poder ir allí en taxi ese día, así que miro a mi alrededor, respiro hondo, trato de olvidarme de la gente que tengo detrás mío empujando e intento explicarle todo mi periplo a la pobre chica que apenas habla inglés. Finalmente la convenzo para que llame a la otra estación a pesar de que la oficina esta cerrada oficialmente y según me dice consigue reservar un asiento para el día que yo quería, me da un papel en el que hay garabateado el precio y un número de asiento, dice que escriba mi nombre y listo. Aunque intento insistir la gente de la cola ya está nerviosa y acabo yéndome con la sensación de que aquello quedará en papel mojado.
Tuve suerte y encontré rápido un taxi que aceptó llevarme a Ermita y después de otra hora y algo de coche me planté de nuevo en el hotel. Y diréis: ¿no es para tanto no? pero es que al margen del periplo y el cansancio, lo que me afectó fueron las imágenes que veía de Manila a través de la ventanilla. Una ciudad sucia, caótica y con mucha pobreza a la que no me apetecía ni si quiera hacer fotos, en realidad el único momento en el que saqué la cámara aquel día fue en la estación de autobuses. No quiero extenderme explicando cada detalle pero vi escenas muy extrañas como un grupo de pandilleros a los que el conductor tuvo que pagar para poder pasar por esa calle, niños descalzos corriendo entre los coches intentando abrir todas las puertas o un grupo de unos 20 críos sentados en la acera viendo una película en una tele destartalada instalada en el maletero de una furgoneta sin ruedas, como una especie de cine público precario.
Ver familias enteras, a veces con siete u ocho hijo durmiendo en las cunetas, sucios y arrastrándose entre la basura hizo que hasta se me saltaran las lágrimas. Y es que en Manila vi escenas de extrema pobreza y miseria que no había visto en ninguna parte, ni en la India (solo he estado en el norte), ni siquiera en este último viaje a África y es que la falta de medios y la precariedad son igual de duras en todas partes pero al final es en las ciudades donde es más dramático ya que en el campo la gente suele poder conseguir refugio y comida por sus propios medios mientras que en la ciudad, si no tienes dinero, no tienes ninguna opción de salir de la calle.
Solo llegar a Ermita fui a cenar a un restaurante chino y después di un paseo por los alrededores, pero a aquellas alturas todo me parecía feísimo, aceras llenas de agujeros, callejones con gente moviéndose en la oscuridad, una maraña de cables que apenas dejaban ver el cielo, parpadeantes carteles de neón, hombres armados en la entrada de hoteles y bancos, más niños desnudos durmiendo en el arcén, gente muy rara que me observaba con ojos inquisitivos... me fui a la habitación, me di una ducha y agotado porfin me tiré en la cama.
Lo único que me apetecía era comprarme un billete de avión y salir pitando de Filipinas, lo consideré muy seriamente, irme a Japón, Hong Kong o Bangkok, pero consciente de que estaba demasiado cansado como para pensar con claridad, cerré los ojos y me convencí de que solo había sido un mal día, que tenía que darle una segunda oportunidad, seguro que todo empezaría a ir mejor al día siguiente.
Lo único que me apetecía era comprarme un billete de avión y salir pitando de Filipinas, lo consideré muy seriamente, irme a Japón, Hong Kong o Bangkok, pero consciente de que estaba demasiado cansado como para pensar con claridad, cerré los ojos y me convencí de que solo había sido un mal día, que tenía que darle una segunda oportunidad, seguro que todo empezaría a ir mejor al día siguiente.
Y realmente así fue.
Queréis saber más sobre Manila? pues leed el próximo post que estará online en solo un par de días.
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