Esta vez no se trataba de un destino lejano ni exótico, sino de unas vacaciones de verano para escapar unos días del agobio de la ciudad.
Había estado en Mallorca y Formentera, pero nunca en Menorca. Lo que más me sorprendió es lo mucho que hay que ver, no solo se trata de pasar el día tirado en la playa sino que ciudades como Mahon o Ciutadella tienen zonas antiguas muy bonitas por las que vale al pena pasear.
Sobre playas, poco hay que decir, las tienes de todos los tipos, formas y colores! desde playas kilométricas con grandes hoteles, sombrillas y tumbonas, hasta pequeñas playas con escasos metros de arena a las que solo se llega después de una larga caminata y por supuesto calas escondidas accesibles únicamente en barco. Las del norte, las del sur, este y oeste, tienes tantas playas que podrías pasar un mes y no repetir ninguna.
A estas alturas poco queda por descubrir en las Baleares y a menos que vayas en barco no esperes encontrar playas desiertas, pero no por ello dejan de ser unas islas preciosas y con algunas playas espectaculares, por algo siguen siendo uno de los principales destinos veraniegos no solo de España sino de toda Europa.
Otra cosa que distingue a Menorca de otras islas es su ambiente, ya que siendo Agosto y con mucha gente en las playas, reinaba la calma. Casi todo eran familias y había más bien pocos turistas extranjeros, sobretodo comparada con Ibiza e incluso Formentera con las hordas de italianos en scooters Menorca es un destino bastante relajado.
Tuve la oportunidad de asistir a un jaleo, las típicas fiestas patronales de Menorca con música tícipa de fiesta mayor y jinetes haciendo cabriolas con sus caballos entre la multitud, nunca había visto un y fue muy divertido ¡aunque la pomada (gin menorquín con limonada) tuvo también bastante que ver con ello!
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